Tres chicas acaban de sentarse a tomar un helado de bolas de chocolate, la de la izquierda se limpia con el puño las boceras disimuladamente. Hay dos señores que se preguntan a dónde ir, uno tiene la funda de su cámara colgada en su hombro. Otro grupo de chicos hablan tranquilamente en mitad de la plaza, una integrante lleva el pantalón tan bajo que su tanga verde está a la vista de todos. La de rojo de tacones lleva prisa. Un flash de doble parpadeo inmortaliza a un señor con aires importantes. Otros dos vienen con el ordenador y apuntes a cuestas, y a mí me entra el remordimiento de no haber pasado hoy por la tienda de tráfico. Acaba de pasar de largo un idioma extranjero. Hay un chico que tiene pinta de decirme algo, pero se ha arrepentido en el último momento, bien hace. Una maleta amarilla recorre la plaza mayor, la chica que la lleva tiene un vestido naranja, por lo que la combinación es un poco fea. Un hombre está hablando por teléfono solo, estará esperando a alguien porque no hace más que mirar a todas partes. Otra chica viene de comprar un helado de sabor a fresa. El grupo de la chica que enseñaba su tanga verde al mundo, se va. Dos personas están hablando en idioma de signos. Parece ser que la chica de la chaqueta gris no lleva un buen día encima. Y la pareja de la terraza del frente se marcha dándose la mano. A un camarero se le acaba de caer la bandeja. Otra pareja ocupa el asiento de la que se fue anteriormente. El chico de la camiseta blanca discute por el móvil y anda de un lado para otro, tiene un mcflurry en la mano que le impide hacer muchos aspavientos. Un niño pequeño me acaba de regalar una sonrisa grande, y yo se la devuelvo.
Ahora entiendo por qué aun sigo creyendo de vez en cuando en la humanidad.
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